En el residencial barrio La Teja de Montevideo, un avión Beechcraft, manufacturado en 1953, adorna un negocio de chatarrería y ha sido el centro de atención de los vecinos, adultos y niños, y hasta de extranjeros desde hace más de 35 años, lo que le ha convertido en un símbolo de generaciones.
El propietario del negocio, Juan Carlos Ibarra, contó a Efe que el avión llegó al barrio luego de que su fallecido padre lo adquiriera en una subasta que ofreció la Armada uruguaya debido a que la aeronave era vandalizada.
«En realidad, cuando vimos lo que era, no se podía perder esta pieza, entonces mi papá, que fue el que lo compró, decidió armarlo. Todo el mundo le decía, estás loco, cómo vamos a armar un avión en un jardín», expresó.
Sin embargo, la familia decidió seguir adelante y con la ayuda de ocho personas lograron ensamblar el avión en seis meses, una tarea «de picapiedras» que, según Ibarra, se pudo concretar «a hombro e ingenio».
El objetivo de la llegada de la aeronave al barrio era el disfrute de los niños y de todo aquel interesado que quisiera acercarse a conocer el objeto.
«Le gustaba que los niños vinieran a jugar, los mayores también, que lo vieran y acá. Por lo general, hacía una obra, traía niños minusválidos de la ciudad y todo se sacaba y quedaba como una pista», recordó.
Para el chatarrero de oficio, la aeronave norteamericana es «un símbolo» del barrio Victoria de la capital uruguaya al que se han acercado desde curiosos locales hasta extranjeros y personalidades políticas y culturales.
«Mucha gente para todos los días a sacar fotos o simplemente a mirar, vienen abuelos con los nietos y padres con sus hijos y después han venido los hijos de los hijos. Inclusive me han mostrado fotos que los he subido de bebés y ahora son hombres de 30 años», aseveró.
La mayor satisfacción para Ibarra es que el avión sea recordado «como una cosa bonita» algo que, como aseguró, era lo que buscaba su padre, «poder brindarle algo a alguien para su diversión».
La chatarrera Aurora se dedica desde hace 45 años a la compra y venta de todo tipo de metales y como asegura su propietario todo se ha dado «por casualidad».
Escotillas de barcos que sirven de puertas, propelas de bronce que se usan de lámparas, y antiguos cilindros de vapor que son usados como parrillero dan el toque característico a este negocio que, aunque se trata de recolección de residuos, se mantiene bajo un estricto orden.