Diego, la tortuga gigante de la isla Española que vivió en EEUU y que tras su regreso al archipiélago ecuatoriano de Galápagos ayudó a salvar su especie al procrear 800 crías, retornará este año a su hábitat, donde hace varias décadas los piratas diezmaron a la población de esos animales.
Su retorno, planeado para marzo próximo, deriva del cierre del programa de reproducción en cautiverio de la especie Chelonoidis hoodensis, una vez que se ha evidenciado la recuperación de las condiciones del hábitat y de la población de tortugas en Española.
Estudios basados en modelos matemáticos con diferentes escenarios posibles para los próximos cien años, revelan que la isla reúne «condiciones suficientes para mantener a la población de tortugas, que seguirá creciendo normalmente aún sin ninguna nueva repatriación de juveniles», según Washington Tapia, director de la Iniciativa para la Restauración de Tortugas Gigantes.
El director del Parque Nacional Galápagos, Jorge Carrión, explicó este viernes que actualmente el archipiélago tiene solo el 15 por ciento del número inicial de tortugas, estimado en 400.000 individuos, de quince especies originales.
Árida, pequeña y de fácil acceso, la isla Española, situada en el sureste del archipiélago, perdió años atrás casi la totalidad de las tortugas principalmente a manos de piratas.
Carrión recordó que, antiguamente, el archipiélago era un refugio para piratas y balleneros que se abastecían de alimento en el sitio y se llevaban en sus barcos a las tortugas gigantes que podían «sobrevivir hasta un año, o incluso más, sin comer ni beber».
Con el paso de los años, lograron llevar al centro de reproducción en la isla Santa Cruz a catorce tortugas y repatriar a Diego de un zoológico en San Diego, hasta donde fue llevada en los años treinta. Y los quince han logrado salvar a la especie.
Los trabajos de recuperación en la isla han permitido ahora la eliminación total de chivos, uno de los problemas del sector donde ya hay unas 2.000 tortugas, de las cuales 1.800 fueron repatriadas desde el centro de crianza, con una tasa de supervivencia del 52 %.
En Española hay varios animales, como iguanas y lobos marinos, piqueros pero la presencia de las tortugas es indispensable para la supervivencia de otras especies, como los albatros.
Esas aves requieren características especiales para llegar o despegar y, precisamente son las tortugas las que abren espacios.
«En ausencia de las tortugas, las plantas leñosas progresan, invaden rápidamente y no dejan espacio para anidación de aves», añadió Carrión, antes de recordar que en la salvación de la especie de Española han sido fundamentales quince tortugas originales: doce hembras y tres machos, entre ellos Diego, el más reproductor.
Mucho antes de que se crease el Parque Nacional Galápagos en 1959, varios especímenes se sacaron de ese archipiélago con fines científicos, y entre ellos Diego, cuya repatriación de EE.UU. se concretó en 1976.
Ese año lo reclutaron para el programa de reproducción de las tortugas de caparazón tipo montura.
Al momento, Diego está en «buen estado de salud», asegura Carrión al destacar el apoyo de esa tortuga para restaurar la población en Española, pero subraya que también sería negativo si todas las tortugas fueran descendientes de ese gran reproductor.
«De ley necesitamos otros especímenes que no provengan de Diego para que la variabilidad genética de las tortugas de Española sea saludable e inclusive se pueda incrementar», indicó el funcionario.
Sin fecha fija aún para la liberación prevista para marzo, Diego está ahora en cuarentena para su retorno a Española, 80 años después de haber salido de allí.
Carrión explicó que en Santa Cruz hay plantas que no existen en Española por lo que necesitan que Diego «se libere de cualquier semilla o planta que haya ingerido pues no queremos que las plantas de aquí se dispersen hacia Española», lo que tendría un impacto negativo para la zona.
Con el retorno de Diego a su hábitat concluye el programa de reproducción en cautiverio de Española y ahora será la naturaleza la que guíe a esas tortugas en Galápagos, situado a unos mil kilómetros de las costas continentales ecuatorianas, un laboratorio natural de especies, conocido también como las islas Encantadas.