Lemos, de 42 años, cuenta en una entrevista con Efe que tras este incidente empezó a pensar cómo solucionar el problema de los «residuos del cigarrillo». De este modo, comenzó a organizar campañas de recogidas de colillas con otros voluntarios, mientras que, al mismo tiempo, investigaba lo que hoy es Cigabrick.
Para hacer estos ladrillos, el equipo del empresario lleva las colillas recogidas al laboratorio situado en Mendoza, una ciudad del oeste argentino, y las separan en bolsas de entre 20 y 40 unidades. A estos «cultivos», les añaden otros elementos naturales y unos migroorganismos que «se comen» la toxicidad de la colilla y, en unos quince días, crean una pasta aislante a partir de la cual se hace el ladrillo.
En el proceso, esta pasta pasa por distintas máquinas hasta que se prensa en un formato «similar a un Lego»: rectangular, pero con dos agujeros en medio, lo que permite encajar mejor los ladrillos y pasar tanto el cableado como las tuberías por estos orificios sin tener que romperlos, señala el director de la empresa.
Además, el formato permite reducir la necesidad de cemento respecto a un ladrillo normal, lo que también disminuye los costes de obra hasta el 40 %, según la compañía.
Un destino para las colillas
Lemos destaca que, pese a que existen muchas campañas ecologistas en el mundo que recogen colillas de cigarro, la gran mayoría tiene el mismo problema: no pueden reciclar lo que colectan y acaban teniendo que almacenar en algún lugar estos residuos altamente nocivos- una única colilla puede contaminar 50 litros de agua-.
«Algunos lo que hacen es lavarla, (…) separan la colilla de lo tóxico y entonces le quedan las colillas limpias, pero, por otro lado, te queda un líquido fangoso que es el residual de toda la limpieza (…) y al final es peor», comenta sobre algunas alternativas que otras organizaciones dan a las colillas usadas.
Para conseguir los restos de cigarrillo que la empresa necesita, Cigabrick usa varias alternativas: ofrecen a municipios y empresas planes de reciclaje, colocan en las calles unos ceniceros portátiles para facilitar la recolección o realizan campañas de recogida.
Estas campañas se organizan gracias a los voluntarios de la organización de la que nace este proyecto Reciclemos, que cuenta con una base de unas 70 voluntarios diseminados por distintas ciudades de Argentina, quienes se comprometen a recoger 500 colillas al mes, el equivalente a una botella de 600 mililitros de gaseosa.
Estos le entregan las botellas a los embajadores- voluntarios con un mayor nivel de obligaciones- que mensualmente envían a Mendoza cinco kilos de colillas para procesar en el laboratorio.
A cambio, reciben lo que Lemos denomina «Cigacash», unos puntos que pueden canjear por productos en la web de Reciclemos, o dinero en efectivo para hacer una donación a una ONG afiliada al proyecto.
En la actualidad, el propietario de la empresa cuenta que está negociando con una empresa de envíos para que, a cambio de un plan de reciclaje, los cigarrillos puedan atravesar el país sin costo para los embajadores de Reciclemos.
Necesidad de inversión
Pese a lo novedoso de su idea, Lemos asegura que no ha recuperado aún la inversión inicial realizada desde que volvió a su país.
El Cigabrick estaba inicialmente concebido para la construcción de viviendas sociales, pero la empresa ha adaptado el diseño para utilizar el material en otro tipo de elementos como baldosas para las calles y separadores viales- los dispositivos que marcan el límite con la carretera en un carril bici-.
El empresario volvió a Argentina desde Estados Unidos por la complicada situación económica familiar y, desde entonces, asegura que ha estado intentando levantar esta nueva compañía para apoyar a su familia y buscar una una salida económica en la crisis que lleva dos años azotando al país austral, ahora intensificada por el impacto del coronavirus.
Por ello, Lemos está preparando la documentación para empezar a buscar financiación, ya sea mediante inversores que se unan a la compañía o mediante la obtención de un préstamo por parte de alguna institución que le permita escalar el negocio y hacerlo sostenible.
Lemos subraya que antes de la pandemia recibía todos los días «15 o 20 correos» de personas interesadas en su empresa o en replicar su modelo llegados de países como España, México e incluso India, pero desde el inicio de la pandemia el interés se paralizó.
Pese a las dificultades, Lemos no pierde el optimismo y espera que en el futuro las únicas colillas que veamos en el suelo sean las de las baldosas –hechas por su empresa.