Hablar de sexo es tabú en la impenetrable sociedad de los judíos ultraortodoxos, pero una pareja trata de superar las barreras y vende -de forma discreta- juguetes sexuales para que los matrimonios de haredíes (temerosos de dios) no pierdan la pasión.
Limor y Dudu Kleinman, una pareja de judíos religiosos residentes en el asentamiento judío de Tzur Hadasah, en las afueras de Jerusalén, se dedican desde hace años a cuestiones relacionadas con la sexualidad.
Ella cuenta con un título universitario de terapeuta sexual y él ha tomado múltiples cursos en la materia.
Hace poco más de dos años decidieron abrir su negocio y especializarse en un público particular: los judíos ultraortodoxos.
Su empresa, llamada en hebreo «Ve-Ahavtem», expresión bíblica que se traduce como «Y se amarán», combina asesoría en cuestiones sexuales con venta de juguetes eróticos, todo bajo la supervisión de un rabino que se encarga de que los productos se ajusten a la Halajá (ley judía).
«Nosotros nos debemos a la Halajá, donde está escrito que hombres y mujeres tienen que estar juntos y traer niños al mundo y otro mandamiento es que el hombre debe mantener feliz a su esposa», explica a Efe Dudu, que agrega: «Por eso todas las parejas deben invertir en su relación y para eso nosotros les damos las herramientas».
Con herramientas, más allá de consejos y asesoría, se refiere a los juguetes sexuales que venden y a los que prefieren referirse como «productos de placer». Todos cuentan con doble autorización, médica y rabínica, y están diseñados exclusivamente para el uso en pareja y no individual, dado que la idea es mejorar la vida matrimonial.
Además, aclaran, la ley judía prohíbe terminantemente productos para la masturbación de los hombres, dado que conllevan el desperdicio del semen, que debe tener solo fines reproductivos.
Los productos de placer que tienen a la venta van desde pesas para el fortalecimiento del suelo pélvico de la mujer, un vibrador con control remoto y anillos para prolongar la erección, hasta una «varita mágica masajeadora», un vibrador combinado y un tapón anal para los más osados.
«Esta es nuestra propia marca y no podíamos simplemente vender productos de otras marcas porque tienen forma de partes del cuerpo, y eso no se ajusta a nuestros valores, que indican que los productos de placer vienen a mejorar la intimidad de la pareja y no a reemplazar al hombre ni a la mujer», menciona Limor.
Reconocen que para poder establecer Ve-Ahavtem tuvieron que enfrentarse al desafío que representaba la percepción negativa que la comunidad religiosa tenía sobre los juguetes sexuales, algo que dicen haber logrado cambiar, con ayuda de rabinos y aislando los productos de placer de la pornografía.
Uno de los elementos más importantes del negocio, considerando el tabú que implica la sexualidad en el judaísmo ultraortodoxo, es la discreción. Por eso, los juguetes no sólo vienen en cajas de cartón completamente cerradas, sino que muchas veces cuando las parejas acuden a retirarlos piden que se los dejen del lado de afuera de la puerta para evitar cruzarse.
Su clientela varía entre parejas jóvenes recién casadas, matrimonios de muchos años y hasta reconocen tener una clienta de 72 años, que acudió a ellos tras la muerte de su esposo «para saber qué podía hacer».
Limor explica que quienes más productos compran son las mujeres y señala que muchas parejas acuden a ellos antes del casamiento para prepararse para la noche de bodas, donde tendrán sexo por primera vez, o un tiempo después de casarse, en busca de instrucciones e incluso «información sobre cómo lucen las partes íntimas del otro».
Quienes llegan la casa de los Kleinman, donde montaron su pequeña clínica sexual privada, no provienen sólo de los barrios ultraortodoxos de Mea Shearim o Bnei Brak, sino que también de asentamientos y hasta de Tel Aviv.
Un dato particular es que tienen también clientes religiosos musulmanes que, según Limor, acuden a ellos porque les permiten un acercamiento a la sexualidad y a los productos de placer alejados de la pornografía que inunda los sex shops convencionales y que está prohibida por el islam.
Para Limor, que considera que su papel es el de educadora sexual para adultos, la pornografía es «el peor maestro para el sexo en el mundo» y daña tanto a personas religiosas como no religiosas, al construir un mundo de la sexualidad que no se ajusta a la realidad.
Otro elemento que cuestionan son las redes sociales que, consideran, «han hecho que la gente olvide cómo hablarse el uno al otro, incluyendo cómo hablar sobre sexualidad de la forma correcta», algo que pretenden corregir a través de juegos de parejas que incluyen en el manual de instrucciones de los juguetes, donde los incentivan a hacerse preguntas íntimas que, en general, les suelen dar vergüenza.